ADALBERTO TEJEDA MARTÍNEZ - LUNES, JUNIO 04, 2012. LA JORNADA (VERACRUZ).
En
los círculos universitarios veracruzanos por un tiempo estarán latentes
temas como el modelo educativo flexible y el proyecto Aula de la
Universidad Veracruzana –este último se basa en incorporar las
tecnologías de la información a la enseñanza pero muchos docentes lo
malinterpretan como la sustitución computacional de sus obligaciones–; o
la sucesión rectoral en esa casa de estudios, prevista para dentro de
quince meses pero que no por eso baja la fiebre de algún acelerado
aspirante a rector; o la improvisación y politización manifiesta de la
Universidad Autónoma Popular. A esos asuntos habrá que volver en
posteriores momentos, pues por lo pronto atrapan la atención la
violencia y los vaivenes electorales.
La violencia la ha sentido
el sector académico veracruzano muy de cerca. Los asesinatos de José
Luis Martínez Aguilar, profesor de Pedagogía en la UV campus Veracruz,
hace ya un año; el de Regina Martínez el 28 de abril y el de José Luis
Blanco el 27 de mayo pasados, nos han dejado atónitos. Regina y Blanco
tuvieron vidas asintóticas; ni paralelas como las de Plutarco, ni
perpendiculares como las de Álvaro Enrigue. Las asíntotas son las líneas
que conforme se alejan de algún punto se aproximan más entre sí. Regina
y José
Luis nacieron relativamente lejanos; sus
familias quizás ni se conozcan. Ella nació en 1963, en Rafael Lucio, a
20 kilómetros de Xalapa, hija de agricultores, y él en 1959, en Xalapa,
hijo del líder agrarista de los veintes del siglo pasado Sóstenes
Blanco.
Ambos estudiaron en la Universidad Veracruzana: ella
ingresó a periodismo en la ciudad de Veracruz más o menos cuando Blanco
egresaba de sociología, en Xalapa, a inicios de los ochentas. Ambos
fueron críticos acérrimos del poder: ella desde el periodismo, él desde
el activismo y la docencia.
Se dice que fueron amigos, y las
asíntotas se cerraron al mínimo cuando ambos fueron asesinados en su
domicilio, exactamente a un mes de distancia uno de la otra.
¿Coincidencia o la misma mano ejecutora?, ¿o diferente mano pero el
mismo cerebro detrás de ambos crímenes? Los universitarios se lo
preguntan una y otra vez y no hay hasta el momento respuestas claras.
¿Llegarán?
Los asesinatos de primavera en Veracruz.
Esos
dos crímenes son suficientes para volver aciaga cualquier primavera.
Ésta lo es, aunque un viento la refresca. En efecto, las elecciones con
un ganador anunciado de antemano por el oráculo televisivo estaban más
próximas a la ignominia que a la democracia, pero las tres últimas
semanas han sido de los estudiantes universitarios.
Se
manifestaron y los peores de los peores de nuestros políticos quisieron
lincharlos en confabulación con la televisión comercial; los aludidos se
enardecieron, mostraron que están por encima de los medios
tradicionales de control, y de paso le dieron aire a unas campañas
tediosas cuyo momento álgido había sido el debate del que salió
triunfante la edecán.
Curiosamente, el más viejo de los
candidatos es el más aceptado entre los estudiantes, mientras que el de
mayores credenciales académicas no les cuadra a los colegiales por sus
complicidades y soberbia, pero las baterías están contra el más frívolo y
manipulador de la cuarteta. Mientras, la candidata ya no se preocupa
por ganar sino por el qué dirán de su desplome.
#YoSoy132 nos ha
sacado del tedio, la monotonía, nuestra franja de confort mediocre y
conservador. Podrá ser decisivo o no a la hora de la votación, pero es
un movimiento que moldea las campañas y esperemos que su onda expansiva
sacuda incluso al próximo gobierno federal. LA JORNADA (VERACRUZ).
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