MANUEL MARTÍNEZ MORALES - LUNES, AGOSTO 27, 2012. LA JORNADA (VERACRUZ).
El
Artículo 6º constitucional es muy claro pues, en su parte medular,
establece: “La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna
inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a
la moral, los derechos de tercero, provoque algún delito, o perturbe el
orden público; el derecho de réplica será ejercido en los términos
dispuestos por la ley. El derecho a la información será garantizado por
el Estado…”
Todas las naciones modernas disponen en sus leyes
principios como éste para garantizar y reforzar el libre ejercicio
democrático al que todo ciudadano tiene derecho. Pero la realidad
social, moldeada en los hechos por una dictadura de clase, está lejos de
ajustarse a estas disposiciones legales. Entonces, el derecho a la
libre expresión de las ideas y el derecho a la información son
severamente limitados y es frecuente que el Estado –representante de las
clases dominantes– persiga, encarcele o asesine a quienes, ejerciendo
sus derechos legales, exprese y difunda ideas o información contrarias a
los intereses de la clase en el poder. Lo mismo en Europa, que en Asia o
América Latina.
Y es que esta dictadura de la que hablamos
extiende su poder mundialmente. Según la caracteriza el filósofo Enrique
Dusell: “La dominación mundial, el nuevo imperialismo tiene una
insospechada fisonomía que la vamos descubriendo en su ejercicio. Tiene
implantación en el Estado nacional, pero se liga a una red internacional
con base en instituciones informales (reuniones o foros como los de
Davos, el grupo Bloomeberg?, etcétera). Es una élite de los grandes
millonarios o propietarios capitalistas, especialmente en el ámbito
financiero, pero igualmente en las grandes trasnacionales industriales y
comerciales. Estas élites nacionales ligadas mundialmente, cuyos
grandes bancos son paraísos fiscales para evadir el pago de impuestos a
los estados que, sin embargo, la protegen con sus ejércitos y prestan la
población como mano de obra y absorben los endeudamientos asumiéndolos a
cuenta del Estado (y que se pagan con impuestos de los ciudadanos),
tienen dos instrumentos esenciales del ejercicio de su poder económico
como poseedores de capital.
Por una parte, esa élite del capital
globalizado mundial usa a las burocracias de los estados centrales (como
Estados Unidos, los de Europa, Japón y otros) y periféricos como
instrumentos o mediaciones de su poder. Lo económico ejerce su hegemonía
sobre el poder político corrupto, que se vende a los intereses de ese
capital globalizado. El Estado, como hemos indicado, presta la población
como mano de obra a las trasnacionales, paga las deudas y permite que
extraigan sus cuantiosas ganancias... Pero, ¿cómo lograr esa sumisa
obediencia de las burocracias corruptas de los estados centrales y
periféricos? Ya no se recurre a los ejércitos de ocupación como en las
colonias, ni a los golpes de Estado militares, sino a un sutil y bien
extendido nuevo procedimiento que penetra la estructura de la democracia
representativa... Pero la nueva dictadura antidemocrática, en nombre de
la libertad de prensa y la misma democracia, se
organiza porque
esas élites del capital, cuyo uno por ciento llega a tener 40 por ciento
de la riqueza de las naciones en las que gestiona ese capital, gracias
al monopolio de los medios de comunicación: televisión, radio, diarios,
cine, medios electrónicos, universidades privadas de excelencia,
etcétera. Esas élites pueden comprar todo medio de comunicación que
alcance un amplio porcentaje de escuchas, lectores o espectadores, y que
son orquestados por periodistas, intelectuales o artistas a sueldo del
capital (los nuevos mandarines de Noam Chomsky). Con ese ejército de
tanques de pensamiento esos medios crean una pantalla avasallante de
mensajes que produce, casi de manera infalible, una opinión pública en
su favor. Es decir, en favor de los intereses de esas minorías
riquísimas, intereses que están en contra de la posibilidad de una vida
humana de los ciudadanos, especialmente de los más pobres. Es la
mediocracia globalizada, mundial. El capitalismo, que comenzó a usar la
propaganda para derrotar a los otros capitales en la competencia e
imponer sus productos, aprendió toda una técnica del uso de esa
propaganda para producir en el receptor de sus mensajes programados una
respuesta inevitable. Esa enorme experiencia de la propaganda en el
mercado de mercancías la aplicó ahora a la propaganda política del
mercado de candidatos para producir representantes...” (Cualquier
coincidencia con la realidad mexicana actual es pura chiripa)
Es
así como vemos que se persigue y se reprime duramente a todo aquel que
difunde información o expresa ideas y opiniones contrarias a la bazofia
ideológica con la que se nos bombardea diariamente. Esto incluye tanto
información de carácter científico (recuerde la persecución de que son
objeto científicos que difunden teorías y/o resultados experimentales
contrarios a los intereses de las empresas transnacionales: el cambio
climático, los productos transgénicos, la contaminación ambiental, la
venta de medicamentos dañinos para la salud, etcétera), así como
información relacionada directamente con las brutales medidas aplicadas
por la dictadura mundial para mantener su poder. Situación que se
reproduce a nivel de las naciones periféricas y en lo local, al interior
de éstas.
Consideremos el caso de la persecución en contra de
Julian Assange, fundador y director del sitio Wikileaks. Assange es
buscado por Estados Unidos como divulgador de secretos de Estado y
causante del mayor descrédito de la política exterior estadunidense en
su historia contemporánea. Como vemos, a tal persecución se suman los
gobiernos de naciones que forman parte de la élite que domina el mundo:
Gran Bretaña y Suecia, supuestos paradigmas de naciones democráticas.
Vaya paradoja.
Para entender lo que está en juego en esta disputa
en el territorio de la producción e intercambio de ideas e información,
es necesario comprender que ésta tiene lugar en el campo más amplio de
la lucha de clases a nivel nacional e internacional, local y
globalmente. No entenderlo así puede conducir a los sujetos sociales a
librar escaramuzas sin trascendencia cuando se enfrentan a los grandes
poderes de los medios de comunicación, siempre al servicio de la clase
dominante.
Lo que está en juego –según mi opinión– no es
solamente la libertad para expresar ideas u opiniones de carácter
político, relacionadas directamente con el ejercicio del poder, sino la
posibilidad misma de indagar científicamente sobre diversos procesos
–físicos, biológicos o sociales– y, de acuerdo a la ética científica,
dar a conocer los resultados de tales investigaciones, convengan o no a
los poderosos.
Por eso resulta preocupante que uno de nuestros
compañeros universitarios, el doctor Alberto Olvera, se vea acosado y
presionado por expresar conclusiones, derivadas de sus análisis como
científico social, que parecen no gustar en las altas esferas del poder.
En la investigación científica si se quiere refutar una conclusión,
habrá que hacer uso del análisis conceptual y la argumentación lógica, o
de la refutación empírica mostrando hechos que contradigan la
conclusión controvertida. Desde luego que quedan fuera el principio de
autoridad (“esto es cierto porque lo digo yo, y yo soy la autoridá”) así
como la descalificación y el ataque personal.
Por eso creo que
es necesario defender la libertad de expresión y el derecho a la
información pues afecta directamente nuestro trabajo como investigadores
–cualquiera que sea la disciplina que cultivemos– ya que está en juego
la posibilidad misma de ejercerlo sin renunciar al compromiso con la
verdad, exigencia fundamental del quehacer científico.
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