Lorenzo Meyer
El Gran Saurio. En el esfuerzo por mantener la esencia del pequeño
cuento de Tito Monterroso, el título de esta columna no es fiel a la
realidad del retorno del saurio priista. Y no lo es, porque éste nunca
estuvo dormido tras ser expulsado en el 2000 por la sociedad mexicana de
su lugar de privilegio sino en duerme vela. Fue el espectacular
fracaso, de su sustituto, la derecha panista y la debilidad de una
izquierda derrotada en 2006, lo que despabiló y animó al PRI a recuperar
lo que había sido suyo por 71 años: la presidencia de la República. Sin
embargo, el entorno social y político al que busca volver el saurio ya
no es el que era, ya cambio. La expulsión del PRI de “Los Pinos” pudo
haber sido el principio de su decadencia y quizá de su desaparición,
pero no fue el caso. Cuando esa criatura producto de nuestro siglo XX
fue echada de la presidencia, se marchó a reponerse y sobrevivir en
aquellas zonas del país que no fueron muy afectadas por el cambio del
clima político, como el Estado de México, Veracruz o Tamaulipas. Ahí el
PRI efectivamente recuperó fuerza en tanto su vencedor, el PAN, se
desgastó a gran velocidad y la izquierda se dividió más de lo que ya
estaba. Por eso el PRI ha vuelto al centro de la escena en el momento
exacto y usando los métodos que históricamente le son propios. Y que no
se argumente que en su retiro el PRI cambió. Ese partido sigue a fiel a
sus orígenes y a su historia. Indicadores de esto abundan: la impunidad
que Enrique Peña Nieto (EPN) dio a quien lo protegió, el ex gobernador
del Estado de México, Arturo Montiel; la forma como en 2006 EPN y Ulises
Ruiz buscaron acabar con la protesta social en Atenco y Oaxaca, los
acuerdos para hacer jugar a la televisión en estas elecciones al lado de
EPN y documentados aquí y en el exterior, la manera ilegal e ilegítima
en que se manipularon los recursos públicos de Coahuila, la compra de
votos en gran escala, etcétera. Todos son ejemplos de que el tigre ni
quiere ni puede quitarse las rayas. No es posible saber cuál será el
efecto final de este ya inminente retorno del PRI al poder, pero
tenemos derecho a imaginarlo basándonos en el examen de su biografía
tanto a nivel nacional como local, en el Estado de México. Lo que está
en Juego. A diferencia de lo que asegura la prensa internacional,
(Financial Times, 2 de julio), en la elección del 2012 no se quiso hacer
triunfar a una opción de centro.
Desde hace casi tres décadas, la
dirigencia priista optó por colocarse abiertamente a la derecha. Y la
suya no es una derecha democrática, sino una forjada en la sub cultura
del que fuera el partido autoritario más exitoso del mundo en el siglo
XX -y aquí éxito se define como el tiempo en que ese partido pudo
mantenerse en el poder de manera ininterrumpida. La tercera ola
democrática de la historia moderna mundial, la que se inició en Portugal
en 1974 y que llegó a su punto culminante en los 1990 con la implosión
de la Unión Soviética, también llegó a México; en parte por eso el
partido creado hace 83 años por Plutarco Elías Calles se vio obligado a
aceptar su derrota en las urnas en el 2000. Esa capitulación del PRI,
aunada a la atmósfera creada en 2010 por una cuarta ola democrática
iniciada con la caída de dictaduras en el África del Norte y el Cercano
Oriente, pudieron haber hecho creer a los optimistas que partidos como
el PRI se mantendrían marginados o de plano desaparecerían, ahogados por
el peso de sus abusos y su corrupción y que finalmente se podía
vislumbrar el tiempo de la izquierda. Sin embargo, lo ocurrido en
Taiwán, donde el Kuomintang, otro partido autoritario, fue capaz de
sobrevivir al punto que este año ganó la elección presidencial, debió
alertarnos: los partidos autoritarios pueden reciclarse y volver.
Hoy,
la joven e imperfecta democracia mexicana está en camino de colocar en
el centro del proceso político al que fue uno de sus enemigos más
persistentes y más astutos. En el 2000, a los vencedores, a los que
“tomaron palacio” para supuestamente acabar con el autoritarismo,
finalmente, les pareció conveniente que el partido desplazado no se
convirtiera en historia, sino que sobreviviera, pues podía serles útil
contra el verdadero enemigo: la izquierda. Y esa lógica explica, al
menos en parte, que hoy la derecha identificada con el PAN y encabezada
por Felipe Calderón, no muestre pesar por dejar un poder que va ir a dar
a manos del PRI de EPN.
La Relación entre la Misma Especie. El PRI,
como se sabe, no nació como un partido ordinario. Se le insufló vida
desde la presidencia no para que elaborara de manera independiente sus
plataformas, designara a sus candidatos y compitiera electoralmente. No,
simplemente nació para auxiliar al grupo ganador de la Revolución
Mexicana en la administración del poder adquirido tras la guerra civil.
En efecto, el PRI nació para obedecer a una voluntad superior y
administrar una contradicción permanente: la que se dio entre el
discurso del gobierno -democracia y respeto al marco legal- y el
funcionamiento real de un sistema donde no había contrapesos, no había
rendición de cuentas, la corrupción era sistemática y las elecciones se
decidían antes de que se votara. Por una buena parte de los años que el
PRI monopolizó el poder, la administración de la contradicción fue
exitosa y aún lo es en casos como el del Estado de México. Sin embargo, a
partir del 2000, con la pérdida de la presidencia, los gobernadores
priistas -que son la mayoría- se independizaron políticamente de
cualquier control superior y se convirtieron en señores de sus feudos.
Si finalmente EPN es ungido presidente ¿Podrá volver a imponer la
disciplina y la centralización que antaño fue indispensable para el
modus operandi priista? Bajo ese mismo supuesto, en el congreso federal
¿Los legisladores obedecerán las órdenes de sus gobernadores o las del
centro? Ahora bien, lo más importante va a ser no esa relación interna
del PRI sino la externa: su relación con un entorno más de ciudadanos y
menos de súbditos. El Nuevo Hábitat y el Viejo Saurio. En lo inmediato,
el proceso político mexicano depende de cómo se procese el
triunfo electoral que hoy reclaman como legítimo el PRI y todas las
fuerzas que le apoyan o toleran, tanto dentro como en el exterior. Sin
embargo, la izquierda, encabezada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO)
aún no acepta la validez del proceso electoral que acaba de tener
lugar. Y sin esa aceptación, la legitimidad del supuesto vencedor no
queda afianzada del todo; eso lo sabe por experiencia propia Felipe
Calderón. Así, la forma como se resuelva la impugnación presentada por
AMLO -esta implica reabrir los paquetes electorales, investigar la
compra de votos y los gastos de la campaña- será determinante para la
siguiente etapa del proceso, pues condicionará la manera como los
adversarios se enfrentarán en las varias arenas de la política, como se
ejercerá el poder y como se enfrentarán los grandes y muy complicados
temas de las agendas económica, social y de seguridad del país. Lo que
Cambió.
Si finalmente llega a la presidencia el hombre de Atlacomulco,
el gran problema político será la relación entre esa presidencia y el
conjunto de intereses que representa -Televisa, los feudos sindicales,
las grandes empresas, etc.- con esa parte muy amplia de la sociedad
mexicana que ya no está dispuesta a aceptar una restauración. Por otro
lado, también cabe preguntar ¿Cuánta energía estará dispuesta a invertir
la sociedad en la defensa de lo ya ganado, en sostener y ensanchar el
espacio democrático? Y es que hay que tener en cuenta lo señalado por
Latinobarómetro en 2011, que apenas el 40% de los mexicanos dicen apoyar
la democracia. La actitud asumida por AMLO al cuestionar la
legitimidad y la legalidad del triunfo priista, es ya un indicador de
que las agendas del PRI van a topar con resistencias. Las movilizaciones
de los estudiantes del movimiento “#Yo Soy 132” son otro indicador. La
Ciudad de México, en tanto bastión de la izquierda, será el escenario
privilegiado de la confrontación entre los instintos antidemocráticos
del PRI -el estilo Estado de México de gobernar- y la capacidad de la
sociedad civil para oponerse. En Suma. Todo indica que una parte -quizá
la esencial- del proceso político mexicano en los años por venir, será
el esfuerzo de la parte más democrática de la sociedad mexicana -la
izquierda, “#Yo Soy 132”, las ONG y similares- por neutralizar la
esencia autoritaria del PRI. Ojalá ese esfuerzo se hubiera dirigido a
algo más constructivo, pero ese es un “hubiera sido” que ya no tiene
caso lamentar. RESUMEN: “LA GRAN INTERROGANTE ES: ¿HASTA QUE PUNTO LA
SOCIEDAD MEXICANA ESTARÁ DISPUESTA A INVERTIR SU ESFUERZO EN MANTENER Y
ENSANCHAR LOS ESPACIOS DEMOCRÁTICOS QUE HA GANADO?
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