JESÚS ARRIOLA RIVERA - DOMINGO, JULIO 22, 2012. LA JORNADA (VERACRUZ)
Es
bien sabido que el pueblo que no conoce su historia está condenado a
repetirla; pero el pueblo que la conoce y aun así la repite está
condenado a la muerte. El pasado 1 de julio, los mexicanos fuimos
testigos del regreso al poder de aquel dinosaurio que por 71 años
explotó y pisoteó a la nación sin piedad alguna. Aquella noche, los
mexicanos no sólo fuimos víctimas de un tremebundo ultraje electoral,
sino de un penoso retroceso.
Si bien la imposición de un
mandatario es lamentable, ya que demuestra claramente que la Democracia
no existe en el país, creo que una de las situaciones más lastimosas es
ver que muchas personas caen en el conformismo argumentando que no
importa quién gobierne, ya que eso no cambiará nada en lo absoluto,
pues, como ellos afirman feliz e ingenuamente, “el cambio viene de uno
mismo”.
Todo lo anterior me deja un mal sabor de boca, puesto
que no sólo he sido testigo de cómo muchos de mis compatriotas jugaron a
ser Judas y vendieron su patria por una mísera despensa, sino también
de cómo una gran parte del pueblo de México se sumerge en la
indiferencia ante un futuro que se visualiza gris y sumamente difícil.
Si
bien al principio, tras el surgimiento de marchas antifraude en
distintas ciudades de la República, parecía que el pueblo de México no
se quedaría de brazos cruzados como lo hizo en otras ocasiones, con el
paso de los días el conformismo ha ido creciendo de a poco. Tanto así
que he atestiguado cómo últimamente muchas de las personas que antes
formaban parte de las marchas ahora han dejado de hacerlo.
La
mayoría de ellas argumenta haber desertado de éstas, porque con las
marchas no conseguirían nada más que extenuarse; otras arguyen que con
este tipo de movimientos civiles no borraremos la dedocracia, sino que
sólo obtendremos un resultado similar al del 68. Desafortunadamente, lo
anterior reafirma que el mexicano es, quizá, un protestante de mecha
corta.
Es decir, un ciudadano que protesta solamente uno de los
trescientos sesenta y cinco días que posee el año, porque cree que con
eso es más que suficiente. O quizá lo haga porque piensa que su
participación no es necesaria. Lo más indignante de todo esto es que el
mexicano promedio generalmente piensa que su participación en cualquier
situación –sea ésta política o no– siempre sale sobrando, ya que
mientras otros realicen una actividad en su lugar todo estará bien. A
esta vergonzosa conducta se le conoce como pasividad.
Estas dos
penosas características –la conformidad y la pasividad– se ven
retratadas en el estereotipo típico del mexicano que ya todos conocemos
al dedillo: un hombre sombrerudo y huarachudo durmiendo la mona con la
espalda recargada en un cactus. Es obvio que a todos nos ofende esa
caricatura, pero, sinceramente, ésta refleja las características
verdaderas de muchos mexicanos.
Hay que aceptarlo aunque nos
duela, la mayoría en este país cree ingenuamente que Dios proveerá y que
por arte de magia todos los problemas que tenemos como nación
desaparecerán; por lo tanto, no hay nada de que preocuparse. Pensando en
lo anterior, me pregunto: ¿acaso no esa gente se percata de que
mientras el país marche mal, peor les irá? ¿Acaso no se angustian por la
nación en la que vivirán sus hijos? Desdichadamente, todo parece
indicar que no. Todo parece mostrar que mientras haya telenovelas y talk
shows, México se puede ir al garete.
En su maravilloso relato
El ajuste de cuentas, el escritor húngaro Tibor Déry afirma: “todos en
este país hemos sido responsables de lo que ha ocurrido, de lo que
sucedía al principio y de lo que sucedió después”. Esta frase, cuyo
contexto original se refiere al terrible período del Régimen Comunista
en Hungría, fácilmente se puede aplicar a la situación que hoy vivimos
en México, pues todos en este país somos responsables de las
barbaridades de las que hemos sido víctimas y de los malos gobiernos que
hemos tenido. Por lo tanto, no hay excusa alguna para la apatía
imperante. Ya es hora de excomulgar nuestros demonios y corregir
nuestros errores como nación. Ya es tiempo de que aprendamos a trabajar
juntos para obtener un bien común.
México vive tiempos idóneos
para el cambio de mentalidad. Ahora o nunca, deslindémonos de nuestra
pereza intelectual y dejemos de ser títeres de la información que nos
ofrecen en la televisión, pues sólo así venceremos a la conformidad y a
la pasividad. De igual forma, es preciso no olvidar las afrentas
sufridas en el pasado para así no caer en los mismos errores.
Aprendamos, como pueblo, a no vivir de promesas vanas y de mentiras
infames, aun cuando éstas nos provean la esperanza de un futuro mejor.
Sobre todo, no le tengamos miedo a la verdad y afrontémosla, ya que sólo
de esa manera nos forjaremos un mejor porvenir. Olvidemos nuestra
pasividad y esa tonta idea de que aunque no movamos ni un solo dedo,
algo bueno nos caerá del cielo. Recordemos lo que afirmaba el escritor
austríaco Joseph Roth en su novela Job: “el hombre tiene que moldear su
propio destino, en no menor medida que el Gran Poder que se lo depara”.
Así que, como ya lo mencioné, no hay excusa válida para dejarnos llevar
por la apatía y el conformismo. (LA JORNADA, VERACRUZ).
No hay comentarios:
Publicar un comentario