miércoles, 14 de noviembre de 2012

LAS DE CAÍN Y SARAMAGO; UNA MIRADA AL AUTOR QUE GENERÓ URTICARIA AL VATICANO


Emilio Aburto Casillas / domingo, noviembre 11, 2012



Caricatura del escritor portugués José Saramago; su última novela fue Caín, presentada en noviembre de 2009.

Cuando en noviembre de 2009, a pocos días del que sería su último cumpleaños, José Saramago presentó su novela final publicada en vida, Caín, generó brotes de urticaria entre no pocos seguidores del Vaticano.
Las reacciones más febriles se dieron entonces entre las alas más conservadoras de la derecha portuguesa, las cuales resultaron más papistas que el Papa al solicitar incluso la “desnacionalización” de Saramago, quien a esas alturas ni se entristecía ni se acongojaba por aquellas vociferaciones, pues él mismo había dicho que escribía para “desasosegar”, lo que curiosamente funcionó con particular facilidad en el caso de algunos simpatizantes de la Iglesia católica.

De hecho, el Vaticano mismo no se ocupa de dar mucho crédito a temas que, de por sí, están planteados como ficción, pero agrupaciones y jerarquías vinculadas suelen responder con mucha menos tolerancia a ciertos temas.

Así pues, a 11 años de la edición en español de El Evangelio según Jesucristo, los conservadores del mundo 
no terminaban aún de rumiar su desasosiego cuando Saramago decidió estropearles nuevamente la digestión.
Ácido y provocador, José Saramago no dudó en aseverar que “La Biblia es un catálogo de crueldad y de lo peor de la naturaleza humana” y sobre sus detractores específicos declaró que “a las insolencias reaccionarias de la Iglesia católica hay que responder con la insolencia responsable de la inteligencia”, pues “no debemos permitir que la verdad sea ofendida cada día por los supuestos representantes de Dios en la tierra”.

Saramago siempre se declaró ateo: “no creo en la existencia de un dios... me parece aberrante creer en un dios… la religión nunca ha servido para acercar a los seres humanos... fue creada para juzgar, para utilizar la fe a conveniencia propia… sin ella tendríamos un mundo más pacífico”, aseveraba.

Saramago ya no añoraba la patria lusa, desde que la abandonó en protesta porque vetaron la presentación de El Evangelio… al Premio Literario Europeo en 1991. En el jardín de su casa en Lanzarote (una isla española del archipiélago de las Canarias declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco), solía haber dos membrillos bautizados con los nombres de Antonio López y Víctor Erice, los cuales, por alguna razón (quizá, paradójicamente, atribuible a un fenómeno milagroso) no daban membrillos sino peras. “No he elegido el exilio, sino la emigración. Mis razones fueron similares a las de bastantes portugueses que también eligieron la emigración: No se encontraban bien en su país, y yo tampoco”, habría dicho.

De alguna manera, el autor expresaba lo que por miedo a la sumisión estaba proscrito: Saramago nos invitaba a “perder la paciencia” y se definía a sí mismo como “una persona que, a pesar de los horrores que inventó el siglo XX, todavía sueña con dignificar el porvenir”, pero para ello, afirmaba, “debemos propiciar todo el escándalo social posible para mejorar la vida, emprender una insurrección moral, ética, humana”.
Falleció el 18 de junio de 2010, pero al pasar la estafeta, José Saramago dejó dicho a las nuevas generaciones: “A ustedes los jóvenes les toca el deber, la responsabilidad y, por qué no decirlo, la gloria de llevar a la humanidad a la felicidad”. Después de todo, para él eso somos, “Una especie que gira sin hallar su horizonte, un proyecto inconcluso. Al parecer lo único que nos distancia en realidad de los animales es nuestra capacidad de esperanza”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario