miércoles, 14 de noviembre de 2012

EL CURA DE LAS MANOS CALLOSAS


Carlos Rodríguez es un sacerdote raro, sui géneris, una parte del rebaño católico que hace que muchos levanten la ceja. Ha apoyado las luchas obreras por décadas, sin descanso ni retribución, y se ha enfrentado al alto clero y al Estado mexicano. Su historia es uno de los capítulos del libro Ovejas negras. Rebeldes de la Iglesia mexicana del Siglo XXI, que aquí reproducimos con autorización de editorial Océano. La Iglesia es infiel al Evangelio, dice el discípulo de Raúl Vera





POR EMILIANO RUIZ PARRA. ILUSTRACIONES EKO
| LUNES, 5 DE NOVIEMBRE DE 2012 | 00:10

La mano callosa lo envolvió como un guante de piedra, estrechando su mano suave de estudiante, una mano apenas requerida para el fútil trabajo de pasar las páginas de los libros y empuñar el lápiz para escribir versos. Ese contacto de cuero endurecido contra su piel de seda —nada más que un saludo de buenos días, una impresión sensorial de unos cuantos segundos— provocó un escalofrío en su cuerpo y retumbó como un golpe de mar en su cabeza, desatando preguntas y reconstruyendo el curso de su vida. Ese apretón de manos fue la primera interpelación —así lo llama él— que definiría su vocación.

El muchacho de las manos finas se llamaba Carlos Rodríguez y, en el invierno de 1978, tenía 19 años. Era alumno del noviciado de la Compañía de Jesús, ubicado en Lomas de Polanco, una colonia industrial de Guadalajara, a donde cientos de jóvenes obreros acudían todas las mañanas a laborar en las fábricas y se cruzaban en el camino con los novicios jesuitas durante las horas frías del amanecer.

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