jueves, 23 de mayo de 2013

México: la patria de la conformidad


JESÚS ARRIOLA RIVERA - DOMINGO, JULIO 22, 2012. LA JORNADA (VERACRUZ)

Es bien sabido que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla; pero el pueblo que la conoce y aun así la repite está condenado a la muerte. El pasado 1 de julio, los mexicanos fuimos testigos del regreso al poder de aquel dinosaurio que por 71 años explotó y pisoteó a la nación sin piedad alguna. Aquella noche, los mexicanos no sólo fuimos víctimas de un tremebundo ultraje electoral, sino de un penoso retroceso.

Si bien la imposición de un mandatario es lamentable, ya que demuestra claramente que la Democracia no existe en el país, creo que una de las situaciones más lastimosas es ver que muchas personas caen en el conformismo argumentando que no importa quién gobierne, ya que eso no cambiará nada en lo absoluto, pues, como ellos afirman feliz e ingenuamente, “el cambio viene de uno mismo”.
Todo lo anterior me deja un mal sabor de boca, puesto que no sólo he sido testigo de cómo muchos de mis compatriotas jugaron a ser Judas y vendieron su patria por una mísera despensa, sino también de cómo una gran parte del pueblo de México se sumerge en la indiferencia ante un futuro que se visualiza gris y sumamente difícil.

Si bien al principio, tras el surgimiento de marchas antifraude en distintas ciudades de la República, parecía que el pueblo de México no se quedaría de brazos cruzados como lo hizo en otras ocasiones, con el paso de los días el conformismo ha ido creciendo de a poco. Tanto así que he atestiguado cómo últimamente muchas de las personas que antes formaban parte de las marchas ahora han dejado de hacerlo.

La mayoría de ellas argumenta haber desertado de éstas, porque con las marchas no conseguirían nada más que extenuarse; otras arguyen que con este tipo de movimientos civiles no borraremos la dedocracia, sino que sólo obtendremos un resultado similar al del 68. Desafortunadamente, lo anterior reafirma que el mexicano es, quizá, un protestante de mecha corta. Es decir, un ciudadano que protesta solamente uno de los trescientos sesenta y cinco días que posee el año, porque cree que con eso es más que suficiente. O quizá lo haga porque piensa que su participación no es necesaria. Lo más indignante de todo esto es que el mexicano promedio generalmente piensa que su participación en cualquier situación –sea ésta política o no– siempre sale sobrando, ya que mientras otros realicen una actividad en su lugar todo estará bien. A esta vergonzosa conducta se le conoce como pasividad.

Estas dos penosas características –la conformidad y la pasividad– se ven retratadas en el estereotipo típico del mexicano que ya todos conocemos al dedillo: un hombre sombrerudo y huarachudo durmiendo la mona con la espalda recargada en un cactus. Es obvio que a todos nos ofende esa caricatura, pero, sinceramente, ésta refleja las características verdaderas de muchos mexicanos.
Hay que aceptarlo aunque nos duela, la mayoría en este país cree ingenuamente que Dios proveerá y que por arte de magia todos los problemas que tenemos como nación desaparecerán; por lo tanto, no hay nada de que preocuparse. Pensando en lo anterior, me pregunto: ¿acaso no esa gente se percata de que mientras el país marche mal, peor les irá? ¿Acaso no se angustian por la nación en la que vivirán sus hijos? Desdichadamente, todo parece indicar que no. Todo parece mostrar que mientras haya telenovelas y talk shows, México se puede ir al garete.

En su maravilloso relato El ajuste de cuentas, el escritor húngaro Tibor Déry afirma: “todos en este país hemos sido responsables de lo que ha ocurrido, de lo que sucedía al principio y de lo que sucedió después”. Esta frase, cuyo contexto original se refiere al terrible período del Régimen Comunista en Hungría, fácilmente se puede aplicar a la situación que hoy vivimos en México, pues todos en este país somos responsables de las barbaridades de las que hemos sido víctimas y de los malos gobiernos que hemos tenido. Por lo tanto, no hay excusa alguna para la apatía imperante. Ya es hora de excomulgar nuestros demonios y corregir nuestros errores como nación. Ya es tiempo de que aprendamos a trabajar juntos para obtener un bien común.

México vive tiempos idóneos para el cambio de mentalidad. Ahora o nunca, deslindémonos de nuestra pereza intelectual y dejemos de ser títeres de la información que nos ofrecen en la televisión, pues sólo así venceremos a la conformidad y a la pasividad. De igual forma, es preciso no olvidar las afrentas sufridas en el pasado para así no caer en los mismos errores. Aprendamos, como pueblo, a no vivir de promesas vanas y de mentiras infames, aun cuando éstas nos provean la esperanza de un futuro mejor. Sobre todo, no le tengamos miedo a la verdad y afrontémosla, ya que sólo de esa manera nos forjaremos un mejor porvenir. Olvidemos nuestra pasividad y esa tonta idea de que aunque no movamos ni un solo dedo, algo bueno nos caerá del cielo. Recordemos lo que afirmaba el escritor austríaco Joseph Roth en su novela Job: “el hombre tiene que moldear su propio destino, en no menor medida que el Gran Poder que se lo depara”. Así que, como ya lo mencioné, no hay excusa válida para dejarnos llevar por la apatía y el conformismo. (LA JORNADA, VERACRUZ).

No hay comentarios:

Publicar un comentario