lunes, 28 de noviembre de 2011

La condición humana en la obra de Ruy Pérez Tamayo


Zenón Cuero Cera 

Ruy Pérez Tamayo, nació el 8 de noviembre de 1924, en la ciudad de Tampico, Tamaulipas, México. Médico cirujano por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), posgraduado en la Universidad de Washington (1951-1952), en el Hospital General de México (1965-1967), y durante 10 años en el Departamento de Patología del Instituto Nacional de la Nutrición de 1974 a 1983. Se desempeña como profesor de la misma área en la Facultad de Medicina desde hace más de 50 años, actualmente es profesor emérito de la UNAM y jefe de Departamento de Medicina en el Hospital General de México. Ha sido profesor visitante en las Universidades de Harvard, Yale, Johns Hopkins, Minesota y Galveston, así como en Costa Rica, San Salvador, Panamá, Venezuela, Colombia, Chile, Argentina, Madrid, Tel Aviv y Lisboa. 

Becario de la fundación Kellogs y de la fundación Guggenheim (Estados Unidos). De 1950 a la fecha ha publicado 33 libros y más de 150 artículos científicos en revistas especializadas, así como numerosos trabajos de divulgación de la ciencia en revistas generales y periódicos tanto nacionales y extranjeras, tales los casos de la Academia de la Investigación Científica de México (1960), de la Asociación Mexicana de la Medicina (1966), es miembro de El Colegio Nacional desde el 27 de noviembre de 1980, de la Academia Mexicana de la Lengua (1987), de la American Associatión of Pathologist (1987), del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia, del Consejo Académico de la Universidad de las Américas, del Consejo de Salud de la Universidad Iberoamericana, del Seminario de problemas científicos y filosóficos de la UNAM, y de la Comisión Nacional de Arbitraje Médico. Es investigador nacional emérito nivel III del Sistema Nacional de Investigadores y desempeña una cátedra patrimonial de excelencia nivel I. Ha recibido el Premio Nacional de Ciencias (1974), el Premio Luis Elizondo del Instituto Tecnológico de Monterrey (1977), el Premio Miguel Otero (1979), el Premio Aida Weis (1985), el Premio Rohrer, el Premio a la excelencia medica de la SSA, y el Premio nacional de historia y filosofía de la medicina. Es doctor Honoris causa de las Universidades Autónomas de Yucatán, Colima, y Puebla. 

En México, como en el resto de los países de América Latina, el medio académico y cultural más elevado es la universidad y en ella la comunicación entre científicos y humanistas es inexistente, cada uno reitera sus opciones inexpugnables y con ello rechaza el deseo espontáneo de contemplar el mundo a través de los ojos del otro. Lo anterior demuestra que hemos perdido la pretensión de poseer una cultura común, las personas educadas con la mayor especialización ya no pueden comunicarse unas con otras en el plano de sus principales intereses intelectuales. Esto es grave para nuestra vida creativa, intelectual y especialmente moral. La falta de comunicación nos está llevando a interpretar mal el pasado, a equivocar el presente y a descartar nuestras esperanzas en el futuro de nuestros países: “... mi postulado –afirma- será que la ciencia es una actividad humanista por excelencia que en la medida en que este postulado se acepte tanto la ciencia como las humanidades se enriquecerán, y en la medida en que se rechacen... Todas se empobrecerán” [Pérez Tamayo, 2000: 357]. 

Ruy Pérez Tamayo está convencido de que la cultura no es sólo una, y que en la medida en que los intelectuales latinoamericanos se esfuerzan por cruzar las barreras que artificialmente los separan en distintas especialidades y tratan de traducir nuestro diferentes idiomas a uno solo, creando un lenguaje común, es como se sustenta el progreso cultural. Cuando la ciencia se incorpora al humanismo y forma parte integrante de la cultura, cuando en lugar de contraponer a las ciencias y a las humanidades, insistiendo en sus diferencias y soslayando sus semejanzas, se considera a todas como actividades culturales, dirigidas a mejorar el conocimiento y la comprensión que el hombre tiene su mundo, de su historia y de sí mismo, el resultado lo es el ensanchamiento espiritual y la madurez intelectual. 

El científico mexicano afirma que el hombre de ciencia al igual que el campesino, el obrero, el ferrocarrilero y el artista es un ser humano, posee tres dimensiones, está repleto de sueños y ambiciones, fuerzas y debilidades, libertad y compromiso, en todo esto el hombre de ciencia es mucho más hombre que ciencia. La ciencia, para Ruy Pérez Tamayo, es una manera de vivir, es una forma de comportamiento, que no es algo que el científico hace en su laboratorio y, cuando sale de él, lo abandona. En esto se asemeja a la actividad del filósofo. 

La función más importante de la ciencia, para nuestro autor, es contribuir a reforzar la identidad nacional de los pueblos de América Latina, y que tanto la necesitan para superar la dependencia que las ha caracterizado a lo largo de más de quinientos años. 

A través de la ciencia el hombre se conoce mejor a sí mismo y a los demás seres humanos, se libera de las ataduras sociales y políticas, es capaz de modelar su vida de acuerdo con sus aspiraciones e intereses y puede enfrentarse con mayor eficiencia a sus propios problemas nacionales: 

El hombre forma parte de la naturaleza, por lo que en la medida que conozca mejor también se conocerá mejor a sí mismo. El objetivo no es ni debe ser dominar a la naturaleza para explotarla en nuestro provecho, sino más bien entenderla mejor para integrarnos de manera más racional e inteligente a ella. La naturaleza incluye a nuestros semejantes, por lo que es de esperarse que con mayor conocimiento de sus características humanas podemos relacionarnos con ellos en forma más constructiva. En ese sentido, la ciencia es un instrumento de convivencia humana [Pérez Tamayo, 2000-10: 308]. 

El hombre culto, como bien afirma Ruy Pérez Tamayo; no aprovecha ni explota su cultura, simplemente porque tiene conciencia de que tal tesoro trasciende las equívocas pretensiones de los que la simulan pero no la poseen, y la pobreza de la vida de los que no la poseen y ni siquiera lo saben. 

Aquí está el hombre de ciencia hablando con honestidad sobre el oficio de generar conocimientos, la voz que escuchamos es la del artesano de la ciencia que con las manos sucias y cierta impaciencia nos dice que para describir, pero sobre todo para entender, lo que él hace todos los días en su laboratorio es indispensable la vivencia personal. 

El hombre de ciencia requiere capacidad de comunicación interpersonal amplia y flexible, memoria individual y colectiva, adaptación al medio que le rodea y mecanismos culturales. Naturalmente, el hombre no es sólo ciencia, o sólo medio ambiente, o sólo cultura. El hombre para Ruy Pérez Tamayo es todo eso y mucho más. El único término que para nuestro autor incluye toda la riqueza humana es Homo Humanus [Pérez Tamayo, 2000-11: 166].  

Una característica sobresaliente de la especie humana es su incapacidad para tolerar la incertidumbre y para tomar decisiones basadas en información incompleta. La búsqueda del conocimiento siempre ha sido la actividad más noble del ser humano, Aristóteles inicia su Metafísica diciendo “... por naturaleza el hombre desea saber” [Pérez Tamayo, 1991: 36]. 

La ciencia es antes que nada crítica, búsqueda contínua y penetrante, que camina de pregunta en pregunta, es así que: “La ciencia es una actividad humana creativa cuyo objetivo es la comprensión de la naturaleza y cuyo resultado es el conocimiento” [Pérez Tamayo, 2000-10: 346]. Para Ruy Pérez Tamayo la ciencia se basa en el postulado de que la naturaleza es comprensible para la mente humana, postulado que muchos científicos consideran como un acto de fe. 

En esencia, a la estructura misma de la ciencia, citando a Einstein, menciona: “Lo más comprensible de la naturaleza es que sea comprensible al hombre” [Pérez Tamayo, 1974: 31], pues la comprende por su regularidad, conoce sus leyes y descrifa sus misterios, con lo que contribuye a reforzar esta pretendida base irracional, anticientífica de la ciencia. 

Lo que el hombre de ciencia busca no es tanto el conocimiento de la naturaleza, sino lo que en el momento histórico y en el grupo social al que le ha tocado vivir se acepta como tal conocimiento; no hay duda que para nuestro autor el conocimiento científico posee un componente social puesto que surge en y depende de la sociedad. El ámbito de la ciencia es el mundo exterior, afirma nuestro autor, la naturaleza o los fenómenos naturales. Esto excluye de la ciencia todo lo que no pertenece a la realidad, pero incluye a todo lo humano, siempre y cuando sea real aunque no sea material. 

La ciencia como actividad humana, específica del Homo Sapiens como el arte o la historia, su desarrollo requiere mecanismos no sólo de adquisición sino también de conservación y de transmisión de conocimiento que son patentes exclusivamente de nuestra especie. 

El punto que nos interesa subrayar es la apreciación de: que la ciencia es una actividad humana creativa; el hombre es el único ser que posee tal capacidad: 

... capacidad para crear dentro de su cabeza menos diferentes a los que experimenta, situaciones completamente distintas a las que le ha tocado vivir, a las que han ocurrido y ya han sido fielmente registradas a través de la historia. La sustitución del mundo verdadero por un mundo imaginario no pasaría de ser un problema meramente teórico si no fuera porque históricamente ha sido la forma principal como la ciencia ha transformado al mundo [Pérez Tamayo, 1987: 73]. 

La ciencia es una actividad típicamente humana al utilizar formas tradicionales, propias y especificas del hombre: su imaginación. Su capacidad de crear mundos diferentes a los que experimenta, situaciones completamente distintas a las que le ha tocado vivir o las que han ocurrido y ya han sido fielmente registradas a través de la historia. 

Las sensaciones y las emociones no agotan la esfera subjetiva humana. Todavía quedan las ideas, esos productos que constituyen la quinta esencia del Homo Sapiens, que lo distinguen de todos los demás seres vivos que le confieren un sitio aparte en la naturaleza, que le han permitido liberarse de sus cadenas biológicas al agregar a sus mecanismos de transformación evolutiva uno estrictamente especifico de su especie; la cultura. 

Para cada hombre la vida diaria es un espléndido ejemplo de su carácter de animal humano, científico por educación y religioso por tradición, racional y emotivo, frío y ardiente, pacífico e irascible. Sujeto a dos escalas de valores cuyos extremos distantes no se tocan pero que muestran grandes áreas de coincidencia y hasta paralelismo en sus extremos proximales. 

... nuestro concepto esencialmente mágico religioso de la realidad, nuestra tradición de dependencia ante lo sobrenatural, nuestra antigua y simple estructura psicológica medieval, según la cual el hombre es el centro del universo es esencialmente distinta a la de la naturaleza. La penetración del espíritu científico en nuestra cultura implicaría el reconocimiento de que, de acuerdo con Copérnico, no somos el centro del universo, y de acuerdo con Vesalio, somos parte de la naturaleza [Pérez Tamayo, 1991: 129]. 

En el tercer mundo, pero especialmente en Latinoamérica, la ciencia tarda en ser reconocida como la fuerza transformadora más poderosa de la sociedad, por lo menos tres siglos más tarde que en países europeos. Uno de los factores más importantes en este retraso fue el rechazo de España a la Reforma y a la Revolución Científica del siglo XVI. El resultado fue que la ciencia en nuestros países opera en el mundo de la casualidad y de las creencias religiosas, que acontecimientos se interpretan al margen de la ciencia. La ciencia no sólo no forma parte de la cultura de los países subdesarrollados sino que además en ciertos sectores existen corrientes anticientíficas al considerar a la ciencia como uno de los grandes males de la humanidad, la acusan de la contaminación y la destrucción del medio ambiente, así como de la deshumanización de la vida y más aún la acusan de rechazar los valores tradicionales. 

Se desconoce que el aspecto más importante de la influencia de la ciencia lo es la liberación de prejuicios y del oscurantismo, toda vez que a través del conocimiento de la naturaleza y de sí mismo, permite una vida más natural y de acuerdo con el verdadero sitio en el orden de las cosas. 

La ciencia es un instrumento, es la manera como el hombre explora la naturaleza y obtiene conocimientos de ella. Los usos que se le dan a ese conocimiento no dependen ni del método utilizado para alcanzarlo ni de su contenido. Los únicos responsables de lo que hacemos o dejamos de hacer somos los seres humanos. El escaso prestigio de la ciencia en ciertos sectores de la sociedad se basa en ese concepto anacrónico y erróneo de sus intereses; corresponde a la imagen del científico como un individuo deshumanizado, absorto en sus problemas y totalmente divorciado de la sociedad, incapaz de amar, de escribir poesía, de exhibir su subjetividad y sus emociones: 

No es posible hacer juicios éticos sobre el conocimiento por que no posee intenciones ni libre albedrío. Lo que sí puede y debe juzgarse de esa manera es el uso que hacemos los hombres del conocimiento por que nosostros sí tenemos objetivos y somos dueños de nuestra voluntad [Pérez Tamayo, 2000-11: 257]. 
El hombre decide con absoluta libertad lo que hace con la información generada científicamente, no hay nada intrínsecamente malo o bueno en la ciencia, sino que es la intención con que se la usa lo que implica las consecuencias éticas de su aplicación. 

La ciencia y la tecnología han producido una gran transformación social en los pueblos de América Latina, haciendo que en general la vida sea más plena y más amable. Naturalmente, esto ha tenido un proceso que algunos lo identifican con la deshumanización de la cultura y los desastres ecológicos. Para la gran mayoría de nosostros resulta difícil captar, en un momento dado la extensión y profundidad con que nuestras vidas están permeadas por la ciencia. Estamos en una situación semejante a la de los peces, que de lo último que se daría cuenta es del agua en que viven. La ciencia afirma Ruy Pérez Tamayo: 

... es la llave de la modernidad. En la medida que la apoyemos y desarrollemos, nuestros países marcharán en la dirección del futuro y tendrá posibilidades de salir del tercer mundo. En cambio, si posponemos el sólido crecimiento de la ciencia seguiremos sumergidos por tiempo indefinido en el limbo que separa a la época medieval de la moderna [Pérez Tamayo, 1987: 185]. 

El cultivo de la ciencia, como bien afirma nuestro autor, es la única forma como podemos aspirar a participar en un mundo altamente competitivo. Ésta ha sido su fuerza, lo que explica su enorme influencia como factor transformador de la sociedad. 

La tecnología es otra actividad humana igualmente creativa como la ciencia pero cuyo objetivo es el aprovechamiento de la naturaleza y sus resultados son los bienes de consumo y de servicio, que han contribuido de manera fundamental al cambio de nuestra diaria existencia. 

La educación es el medio para lograr la emancipación mental de nuestros pueblos, tal tarea le ha sido encomendada a las universidades. El cumplimiento de sus funciones tiene como objetivo mejorar la calidad de vida de los seres vivos, a través de la educación el ser humano adquiere conciencia critica de su tiempo, y sus problemas, las universidades han sido en los países del tercer mundo promotoras y productoras de conocimiento científico y humanístico en todas sus latitudes y expresiones académicas. 

La universidad para nuestro autor posee tres características básicas: 
  1. La enseñanza de actividades o profesiones que no generan bienes materiales. 
  2. La generación de nuevos conocimientos en todos los campos del saber por medio de la investigación. 
  3. La promoción de la investigación como un valor humano [Pérez Tamayo, 2000-11: 40]. 
En la obra de Ruy Pérez Tamayo es muy claro que la esencia de la universidad no es nada más la preparación de técnicos profesionales del más alto nivel, sino la generación de nuevos conocimientos a través de la investigación científica y humanista, una educación dirigida a definir, analizar y resolver problemas de interés local, nacional e internacional. Ésta resulta ser la característica esencial de una auténtica universidad que no pretende adoctrinar o dogmatizar, sino aquella que pretende liberar el conocimiento a través del razonamiento auténtico, el cual se logra investigando. 

La ausencia de bases filosóficas sólidas y adecuadas en los países de América Latina ha producido una ciencia deshumanizada, frecuentemente ajena a su único objetivo, que es el de aumentar el conocimiento sobre la realidad; éste ha sido el principal objetivo de Ruy Pérez Tamayo al afirmar que: 

La ciencia posee la llave del universo y que gracias a ella hemos aprendido y seguiremos aprendiendo cada vez más sobre el cómo mientras que la filosofía conoce la combinación que permite el acceso a nosotros mismos, donde se esconde el secreto del para qué [Pérez Tamayo, 2000-11: 210]. 
Nuestro autor postula en un sin fin de artículos que la filosofía de la ciencia tiene como resultado liberarnos del autoritarismo, de los dogmas, la ignorancia, y el oscurantismo que esclavizan, al mismo tiempo que enaltece y contribuye a elevar el espíritu del hombre, nos enseña que nosotros somos los únicos capaces de decidir sobre nuestro destino. 

El pensamiento científico es muy complejo, consta de muchas y diferentes partes, y la filosofía de la ciencia puede ayudar al investigador a comprender lo que hace e incluso a hacerlo mejor, aumentar la capacidad discriminativa de sus experimentos, a hacerse preguntas más incisivas y a criticar con sus resultados con más finura y profundidad, en otras palabras la filosofía de la ciencia puede ayudar al investigador a hacer mejor ciencia. Esta es la función que ve en la filosofía de la ciencia Ruy Pérez Tamayo al intentar explicarnos ¿qué es lo que somos?, ¿qué es lo que hacemos?, ¿cómo pensamos? Porque con ese tipo de interrogantes se evidencia la actuación racional del ser humano. 

Como el tema que nos ocupa es la condición humana en la obra de Ruy Pérez Tamayo, término que posee dos acepciones: la clásica que se refiere al estudio de las culturas griegas, latinas y la moderna que engloba todo lo que concierne al ser humano. El segundo término es el que convence más a nuestro autor al afirmar: humanismo por lo tanto será todo lo que concierne al ser humano y si la ciencia para nuestro autor es una actividad humana creativa, aspira a ser considerada también como un saber más de las humanidades. 
El ámbito de la ciencia es el mundo exterior, la naturaleza, los fenómenos e incluye todo lo humano, siempre y cuando sea real aunque no sea material. La ciencia es una manera de vivir, es una forma de comportamiento, que no es algo que el científico hace en su laboratorio y, cuando sale de él lo abandona, es así que los hombres de ciencia no existen ex vacuo, sino que están inmersos en una sociedad y pertenecen a una etapa definida de la historia. 

La ciencia en nuestro continente debe aportar conocimientos a la sociedad latinoamericana, iluminar la conducta colectiva de los hombres, buscar un punto de encuentro entre humanistas y científicos que dé lugar a una colaboración de largo alcance, a partir del aquí y el ahora. 

La tarea de los científicos es muy importante, Ruy Pérez Tamayo le dedica en su abultada obra un sin fin de páginas al estudio ético y filosófico de la ciencia, pero sin dejar de lado al hombre que la piensa y para la cual es creada, nuestro autor piensa que para crecer más y entender al hombre de hoy se necesita de la ciencia, algunos pensarán ¿Cuál es la relación que existe entre ciencia y humanismo? La respuesta del científico mexicano es que existe una relación intrínseca al afirmar: “... cuando se habla de humanidades, que abarcan a la literatura y a la poesía, pero también a la historia, a la filosofía, a la antropología y a las ciencias sociales. Quizá pudiera decirse que, de acuerdo con este concepto, humanismo es todo lo que concierne al ser humano” [Pérez Tamayo, 2000: 7]. Es una actividad humana porque abarca una serie de características como son la creatividad, la comprensión de la naturaleza que se traduce en conocimiento, y el consenso generalizado de la sociedad. 

Para finalizar, si en Latinoamérica se hicieran mayores inversiones científicas, si fuera mayor el impulso a la 
investigación, disminuiría la dependencia tecnológica respecto a los países desarrollados y, por tanto, desarrollar ciencia propia tiene como razón forjar independencia y autonomía para nuestros países.

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