miércoles, 30 de mayo de 2012

Los días que cambiaron a México

JOSÉ MANUEL ZEVALLOS P./I - MARTES, MAYO 29, 2012. LA JORNADA
Poco más de una semana bastó para cambiar radicalmente las condiciones políticas que prevalecían en la actual elección presidencial. A partir de la visita que hizo Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana (“el viernes negro”), en la que fue abiertamente rechazado por el joven alumnado de esa institución, una acelerada sucesión de hechos cambió totalmente el curso de lo que parecía, una elección más, al estilo del sistema, en la cual se impondrían fácilmente:

1).- Las grandes sumas de dinero sustraídas del presupuesto, por los dos partidos principales, que son parte del gobierno; 2).- El control absoluto de los medios de información; 3).- La compra de votos, con recursos igualmente oficiales o, peor aún, ilegales, y 4).- La actitud indiferente y conformista de un electorado mayoritariamente resignado a su impotencia electoral.

La chispa del cambio no fue, sin embargo, el simple rechazo del candidato “oficial” que supuestamente punteaba la elección sino la objeción de los alumnos manifestantes al control absoluto que ejercen sobre el proceso, los medios de información más influyentes (es decir, a la influencia negativa del duopolio televisivo Televisa y Tv Azteca).

Como si hubiera un acuerdo previo entre los jóvenes mexicanos, en los días siguientes, surgieron por doquier nuevos e incontrolables brotes de inconformidad a lo largo del país, dirigidos y coordinados ahora por estudiantes de casi todas las universidades del sistema. Unidos por igual, los pertenecientes a instituciones educativas públicas y privadas sorprendieron a propios y extraños con los rápidos y fraternos acuerdos que lograron para sumarse al movimiento. Esa actitud ejemplar convenció y entusiasmó también a una ciudanía que hoy parece despertar también de un letargo cívico y empieza a sumarse al movimiento.

Sorprendidas por el inusitado fenómeno, las autoridades electorales federales y locales abogaron por escuchar y respetar al movimiento legítimo de los jóvenes. Sorprendidos también: “Los observadores políticos”, “los expertos”, “los comentaristas” y aun “los conocedores del medio político mexicano”; no se atrevieron a hablar de “un complot contra el Estado” o de “actos premeditados” o de “planes preconcebidos”, etcétera, ya que resultaba increíble que un plan así, extendido por todo el país, no hubiera sufrido infiltraciones, indiscreciones o infidelidades.

El movimiento estudiantil ha demostrado que, por increíble que parezca, la monolítica e invencible organización político-electoral del sistema, era un mito y nada más que eso, operado mediante el control de los medios de información del país y la viciada y vetusta organización de los partidos clientelares; apoyado, todo esto, en la abulia ciudadana.

Han quedado también en evidencia las famosas encuestas, tan uniformes todas para reconocer “la ventaja electoral de los candidatos oficiales” o “las simpatías innegables y abrumadoras del electorado por esos mismos políticos”. En otras palabras, la increíble insistencia de un pueblo acorralado y desesperado en volver a elegir a los que le han engañado y mal gobernado desde hace 30 años. ¿Quién cree ahora, en este momento, “que el pueblo mexicano pueda ser tan tonto y abúlico? ¿Estará de acuerdo ese pueblo con la corrupción imperante que permite el saqueo de los presupuestos públicos? ¿Lo estará con el enriquecimiento descarado y sin límites de presidentes, gobernadores, senadores, diputados, presidentes municipales y demás fauna que los acompaña? ¿Puede decirse acaso que, a los mexicanos les gusta ser robados, mal gobernados y manipulados? Peor aún, ¿estará de acuerdo la mayoría de los mexicanos en vivir en un país con grandes riquezas, pero siempre bajo la más absoluta de las pobrezas, sólo para que unos cuantos se lleven la tajada del león? ¿Se habrán resignado ya los votantes, a vivir para siempre en la inseguridad que hoy impera en el país? La respuesta a todas las preguntas es no. Pero hace unos días no parecía estar todo tan claro.

Los jóvenes estudiantes mexicanos están ahora en las calles, dándole al país una desinteresada clase de civismo: Proclaman la libertad de información, porque saben que sin ella no puede existir la democracia auténtica. Pero también han apuntado ya su repudio, su inconformidad contra la terrible desigualdad social que impera en México, verdadero origen de todas sus desgracias. Y es aquí donde las cosas se complican, porque es necesario reconocer que alguien está del otro lado, beneficiándose de la inmovilidad del pueblo y debe quitársele de ahí o las cosas seguirán como siempre. La primera protesta fue contra el candidato Peña Nieto.

Y es que, lamentablemente para el candidato Peña Nieto, él es el más claro ejemplo de esa desigualdad ofensiva y de la corrupción que la arraiga y fortalece. Resulta inconcebible que su preparación como candidato para gobernar un país haya consistido fundamentalmente en mostrarlo como un craso irresponsable y dilapidador, capaz de llevar una vida principesca, plena de caprichos y superficialidades y más digna de un mal personaje de las tiras cómicas que de un servidor público. La imagen deliberadamente proyectada por este candidato no es la de un funcionario preparado, mesurado, consciente de la situación del país y por lo tanto austero, humanista y sensato, como lo necesita la República sino la de un hombre “exitoso”, que dispone de jet y helicóptero particulares, viste en las más caras y exclusivas tiendas de ropa del mundo y posee, desde luego, una inmensa fortuna, de la cual forman parte varias lujosas propiedades. Es, según esa publicidad, un joven “gran estadista”, pues ya gobernó (sin dar demasiados detalles) el estado de México. Agréguese a lo anterior su proclividad donjuanesca a los matrimonios y amoríos altamente publicitados por la TV y se tendrá una imagen cercana a su extraña personalidad.

Pero esa imagen choca ineludiblemente con la realidad mexicana. Las preguntas surgen a borbotones al respecto: ¿De dónde salió la enorme fortuna de ese joven y honrado funcionario? ¿Cómo puede ser buen gobernante de México si no ha leído tres libros siquiera y necesita teleprompter para pronunciar un discurso? ¿Cómo va a defender los intereses nacionales en el extranjero si nada sabe de Economía, Historia, Derecho, Sociología ni sobre la realidad nacional? ¿Cómo va a administrar bien al país un dilapidador nato?, y ¿cómo va a comportarse como el humanista que necesita el país cuando se ha mostrado insensible y aun ofensivo con más de 60 millones de pobres (“proles”), y otros 30 de una apurada clase media, cuando dilapida en sus viajes y correrías en el jet set internacional enormes sumas de sospechoso origen, o departe con ex gobernantes prevaricadores que han logrado evadir la espada de la ley durante su gobierno reciente? Es curioso que a estas alturas tal símbolo (el señor Peña Nieto) no haya sido objeto de la atención ciudadana y de las procuradurías respectivas.
El movimiento Yo soy 132 tiene sin embargo un dilema ante sí. Ha optado, con buenos y respetables argumentos, ser apartidista (sin ser antinada o antinadie), para consolidarse y fortalecerse rápidamente y eso está muy bien, pero las elecciones presidenciales son el próximo 1º de julio, esto es, en poco más de un mes y dejar pasar la actual toma de conciencia popular, sin aprovecharla, podría significar un error imperdonable, ya que difícilmente se repetirán las condiciones políticas.

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