Zenón Cuero Cera
Ruy
Pérez Tamayo, nació el 8 de noviembre de 1924, en la ciudad de Tampico,
Tamaulipas, México. Médico cirujano por la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM), posgraduado en la Universidad de Washington
(1951-1952), en el Hospital General de México (1965-1967), y durante 10
años en el Departamento de Patología del Instituto Nacional de la
Nutrición de 1974 a 1983. Se desempeña como profesor de la misma área en
la Facultad de Medicina desde hace más de 50 años, actualmente es
profesor emérito de la UNAM y jefe de Departamento de Medicina en el
Hospital General de México. Ha sido profesor visitante en las
Universidades de Harvard, Yale, Johns Hopkins, Minesota y Galveston, así como en Costa Rica, San Salvador, Panamá, Venezuela, Colombia, Chile, Argentina, Madrid, Tel Aviv y Lisboa.
Becario de la fundación Kellogs
y de la fundación Guggenheim (Estados Unidos). De 1950 a la fecha ha
publicado 33 libros y más de 150 artículos científicos en revistas
especializadas, así como numerosos trabajos de divulgación de la ciencia
en revistas generales y periódicos tanto nacionales y extranjeras,
tales los casos de la Academia de la Investigación Científica de México
(1960), de la Asociación Mexicana de la Medicina (1966), es miembro de
El Colegio Nacional desde el 27 de noviembre de 1980, de la Academia
Mexicana de la Lengua (1987), de la American Associatión of Pathologist
(1987), del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia, del
Consejo Académico de la Universidad de las Américas, del Consejo de
Salud de la Universidad Iberoamericana, del Seminario de problemas
científicos y filosóficos de la UNAM, y de la Comisión Nacional de
Arbitraje Médico. Es investigador nacional emérito nivel III del Sistema
Nacional de Investigadores y desempeña una cátedra patrimonial de
excelencia nivel I. Ha recibido el Premio Nacional de Ciencias (1974),
el Premio Luis Elizondo del Instituto Tecnológico de Monterrey (1977),
el Premio Miguel Otero (1979), el Premio Aida Weis (1985), el Premio Rohrer, el Premio a la excelencia medica de la SSA, y el Premio nacional de historia y filosofía de la medicina. Es doctor Honoris causa de las Universidades Autónomas de Yucatán, Colima, y Puebla.
En
México, como en el resto de los países de América Latina, el medio
académico y cultural más elevado es la universidad y en ella la
comunicación entre científicos y humanistas es inexistente, cada uno
reitera sus opciones inexpugnables y con ello rechaza el deseo
espontáneo de contemplar el mundo a través de los ojos del otro. Lo
anterior demuestra que hemos perdido la pretensión de poseer una cultura
común, las personas educadas con la mayor especialización ya no pueden
comunicarse unas con otras en el plano de sus principales intereses
intelectuales. Esto es grave para nuestra vida creativa, intelectual y
especialmente moral. La falta de comunicación nos está llevando a
interpretar mal el pasado, a equivocar el presente y a descartar
nuestras esperanzas en el futuro de nuestros países: “... mi postulado
–afirma- será que la ciencia es una actividad humanista por excelencia
que en la medida en que este postulado se acepte tanto la ciencia como
las humanidades se enriquecerán, y en la medida en que se rechacen... Todas se empobrecerán” [Pérez Tamayo, 2000: 357].
Ruy
Pérez Tamayo está convencido de que la cultura no es sólo una, y que en
la medida en que los intelectuales latinoamericanos se esfuerzan por
cruzar las barreras que artificialmente los separan en distintas
especialidades y tratan de traducir nuestro diferentes idiomas a uno
solo, creando un lenguaje común, es como se sustenta el progreso
cultural. Cuando la ciencia se incorpora al humanismo y forma parte
integrante de la cultura, cuando en lugar de contraponer a las ciencias y
a las humanidades, insistiendo en sus diferencias y soslayando sus
semejanzas, se considera a todas como actividades culturales, dirigidas a
mejorar el conocimiento y la comprensión que el hombre tiene su mundo,
de su historia y de sí mismo, el resultado lo es el ensanchamiento
espiritual y la madurez intelectual.
El
científico mexicano afirma que el hombre de ciencia al igual que el
campesino, el obrero, el ferrocarrilero y el artista es un ser humano,
posee tres dimensiones, está repleto de sueños y ambiciones, fuerzas y
debilidades, libertad y compromiso, en todo esto el hombre de ciencia es
mucho más hombre que ciencia. La ciencia, para Ruy Pérez Tamayo, es una
manera de vivir, es una forma de comportamiento, que no es algo que el
científico hace en su laboratorio y, cuando sale de él, lo abandona. En
esto se asemeja a la actividad del filósofo.
La
función más importante de la ciencia, para nuestro autor, es contribuir
a reforzar la identidad nacional de los pueblos de América Latina, y
que tanto la necesitan para superar la dependencia que las ha
caracterizado a lo largo de más de quinientos años.
A
través de la ciencia el hombre se conoce mejor a sí mismo y a los demás
seres humanos, se libera de las ataduras sociales y políticas, es capaz
de modelar su vida de acuerdo con sus aspiraciones e intereses y puede
enfrentarse con mayor eficiencia a sus propios problemas nacionales:
El
hombre forma parte de la naturaleza, por lo que en la medida que
conozca mejor también se conocerá mejor a sí mismo. El objetivo no es ni
debe ser dominar a la naturaleza para explotarla en nuestro provecho,
sino más bien entenderla mejor para integrarnos de manera más racional e
inteligente a ella. La naturaleza incluye a nuestros semejantes, por lo
que es de esperarse que con mayor conocimiento de sus características
humanas podemos relacionarnos con ellos en forma más constructiva. En
ese sentido, la ciencia es un instrumento de convivencia humana [Pérez
Tamayo, 2000-10: 308].
El
hombre culto, como bien afirma Ruy Pérez Tamayo; no aprovecha ni
explota su cultura, simplemente porque tiene conciencia de que tal
tesoro trasciende las equívocas pretensiones de los que la simulan pero
no la poseen, y la pobreza de la vida de los que no la poseen y ni
siquiera lo saben.
Aquí
está el hombre de ciencia hablando con honestidad sobre el oficio de
generar conocimientos, la voz que escuchamos es la del artesano de la
ciencia que con las manos sucias y cierta impaciencia nos dice que para
describir, pero sobre todo para entender, lo que él hace todos los días
en su laboratorio es indispensable la vivencia personal.
El
hombre de ciencia requiere capacidad de comunicación interpersonal
amplia y flexible, memoria individual y colectiva, adaptación al medio
que le rodea y mecanismos culturales. Naturalmente, el hombre no es sólo
ciencia, o sólo medio ambiente, o sólo cultura. El hombre para Ruy
Pérez Tamayo es todo eso y mucho más. El único término que para nuestro
autor incluye toda la riqueza humana es Homo Humanus [Pérez Tamayo, 2000-11: 166].
Una
característica sobresaliente de la especie humana es su incapacidad
para tolerar la incertidumbre y para tomar decisiones basadas en
información incompleta. La búsqueda del conocimiento siempre ha sido la
actividad más noble del ser humano, Aristóteles inicia su Metafísica diciendo “... por naturaleza el hombre desea saber” [Pérez Tamayo, 1991: 36].
La ciencia es antes que nada crítica, búsqueda contínua
y penetrante, que camina de pregunta en pregunta, es así que: “La
ciencia es una actividad humana creativa cuyo objetivo es la comprensión
de la naturaleza y cuyo resultado es el conocimiento” [Pérez Tamayo,
2000-10: 346]. Para Ruy Pérez Tamayo la ciencia se basa en el postulado
de que la naturaleza es comprensible para la mente humana, postulado que
muchos científicos consideran como un acto de fe.
En
esencia, a la estructura misma de la ciencia, citando a Einstein,
menciona: “Lo más comprensible de la naturaleza es que sea comprensible
al hombre” [Pérez Tamayo, 1974: 31], pues la comprende por su
regularidad, conoce sus leyes y descrifa sus misterios, con lo que contribuye a reforzar esta pretendida base irracional, anticientífica de la ciencia.
Lo
que el hombre de ciencia busca no es tanto el conocimiento de la
naturaleza, sino lo que en el momento histórico y en el grupo social al
que le ha tocado vivir se acepta como tal conocimiento; no hay duda que
para nuestro autor el conocimiento científico posee un componente social
puesto que surge en y depende de la sociedad. El ámbito de la ciencia
es el mundo exterior, afirma nuestro autor, la naturaleza o los
fenómenos naturales. Esto excluye de la ciencia todo lo que no pertenece
a la realidad, pero incluye a todo lo humano, siempre y cuando sea real
aunque no sea material.
La ciencia como actividad humana, específica del Homo Sapiens
como el arte o la historia, su desarrollo requiere mecanismos no sólo
de adquisición sino también de conservación y de transmisión de
conocimiento que son patentes exclusivamente de nuestra especie.
El
punto que nos interesa subrayar es la apreciación de: que la ciencia es
una actividad humana creativa; el hombre es el único ser que posee tal
capacidad:
...
capacidad para crear dentro de su cabeza menos diferentes a los que
experimenta, situaciones completamente distintas a las que le ha tocado
vivir, a las que han ocurrido y ya han sido fielmente registradas a
través de la historia. La sustitución del mundo verdadero por un mundo
imaginario no pasaría de ser un problema meramente teórico si no fuera
porque históricamente ha sido la forma principal como la ciencia ha
transformado al mundo [Pérez Tamayo, 1987: 73].
La
ciencia es una actividad típicamente humana al utilizar formas
tradicionales, propias y especificas del hombre: su imaginación. Su
capacidad de crear mundos diferentes a los que experimenta, situaciones
completamente distintas a las que le ha tocado vivir o las que han
ocurrido y ya han sido fielmente registradas a través de la historia.
Las
sensaciones y las emociones no agotan la esfera subjetiva humana.
Todavía quedan las ideas, esos productos que constituyen la quinta
esencia del Homo Sapiens,
que lo distinguen de todos los demás seres vivos que le confieren un
sitio aparte en la naturaleza, que le han permitido liberarse de sus
cadenas biológicas al agregar a sus mecanismos de transformación
evolutiva uno estrictamente especifico de su especie; la cultura.
Para
cada hombre la vida diaria es un espléndido ejemplo de su carácter de
animal humano, científico por educación y religioso por tradición,
racional y emotivo, frío y ardiente, pacífico e irascible. Sujeto a dos
escalas de valores cuyos extremos distantes no se tocan pero que
muestran grandes áreas de coincidencia y hasta paralelismo en sus
extremos proximales.
...
nuestro concepto esencialmente mágico religioso de la realidad, nuestra
tradición de dependencia ante lo sobrenatural, nuestra antigua y simple
estructura psicológica medieval, según la cual el hombre es el centro
del universo es esencialmente distinta a la de la naturaleza. La
penetración del espíritu científico en nuestra cultura implicaría el
reconocimiento de que, de acuerdo con Copérnico, no somos el centro del
universo, y de acuerdo con Vesalio, somos parte de la naturaleza [Pérez Tamayo, 1991: 129].
En
el tercer mundo, pero especialmente en Latinoamérica, la ciencia tarda
en ser reconocida como la fuerza transformadora más poderosa de la
sociedad, por lo menos tres siglos más tarde que en países europeos. Uno
de los factores más importantes en este retraso fue el rechazo de
España a la Reforma y a la Revolución Científica del siglo XVI. El
resultado fue que la ciencia en nuestros países opera en el mundo de la
casualidad y de las creencias religiosas, que acontecimientos se
interpretan al margen de la ciencia. La ciencia no sólo no forma parte
de la cultura de los países subdesarrollados sino que además en ciertos
sectores existen corrientes anticientíficas al considerar a la ciencia
como uno de los grandes males de la humanidad, la acusan de la
contaminación y la destrucción del medio ambiente, así como de la
deshumanización de la vida y más aún la acusan de rechazar los valores
tradicionales.
Se
desconoce que el aspecto más importante de la influencia de la ciencia
lo es la liberación de prejuicios y del oscurantismo, toda vez que a
través del conocimiento de la naturaleza y de sí mismo, permite una vida
más natural y de acuerdo con el verdadero sitio en el orden de las
cosas.
La
ciencia es un instrumento, es la manera como el hombre explora la
naturaleza y obtiene conocimientos de ella. Los usos que se le dan a ese
conocimiento no dependen ni del método utilizado para alcanzarlo ni de
su contenido. Los únicos responsables de lo que hacemos o dejamos de
hacer somos los seres humanos. El escaso prestigio de la ciencia en
ciertos sectores de la sociedad se basa en ese concepto anacrónico y
erróneo de sus intereses; corresponde a la imagen del científico como un
individuo deshumanizado, absorto
en sus problemas y totalmente divorciado de la sociedad, incapaz de
amar, de escribir poesía, de exhibir su subjetividad y sus emociones:
No
es posible hacer juicios éticos sobre el conocimiento por que no posee
intenciones ni libre albedrío. Lo que sí puede y debe juzgarse de esa
manera es el uso que hacemos los hombres del conocimiento por que nosostros sí tenemos objetivos y somos dueños de nuestra voluntad [Pérez Tamayo, 2000-11: 257].
El
hombre decide con absoluta libertad lo que hace con la información
generada científicamente, no hay nada intrínsecamente malo o bueno en la
ciencia, sino que es la intención con que se la usa lo que implica las
consecuencias éticas de su aplicación.
La
ciencia y la tecnología han producido una gran transformación social en
los pueblos de América Latina, haciendo que en general la vida sea más
plena y más amable. Naturalmente, esto ha tenido un proceso que algunos
lo identifican con la deshumanización de la cultura y los desastres
ecológicos. Para la gran mayoría de nosostros
resulta difícil captar, en un momento dado la extensión y profundidad
con que nuestras vidas están permeadas por la ciencia. Estamos en una
situación semejante a la de los peces, que de lo último que se daría
cuenta es del agua en que viven. La ciencia afirma Ruy Pérez Tamayo:
...
es la llave de la modernidad. En la medida que la apoyemos y
desarrollemos, nuestros países marcharán en la dirección del futuro y
tendrá posibilidades de salir del tercer mundo. En cambio, si posponemos
el sólido crecimiento de la ciencia seguiremos sumergidos por tiempo
indefinido en el limbo que separa a la época medieval de la moderna
[Pérez Tamayo, 1987: 185].
El
cultivo de la ciencia, como bien afirma nuestro autor, es la única
forma como podemos aspirar a participar en un mundo altamente
competitivo. Ésta ha sido su fuerza, lo que explica su enorme influencia
como factor transformador de la sociedad.
La
tecnología es otra actividad humana igualmente creativa como la ciencia
pero cuyo objetivo es el aprovechamiento de la naturaleza y sus
resultados son los bienes de consumo y de servicio, que han contribuido
de manera fundamental al cambio de nuestra diaria existencia.
La
educación es el medio para lograr la emancipación mental de nuestros
pueblos, tal tarea le ha sido encomendada a las universidades. El
cumplimiento de sus funciones tiene como objetivo mejorar la calidad de
vida de los seres vivos, a través de la educación el ser humano adquiere
conciencia critica de su tiempo, y sus problemas, las universidades han
sido en los países del tercer mundo promotoras y productoras de
conocimiento científico y humanístico en todas sus latitudes y
expresiones académicas.
La universidad para nuestro autor posee tres características básicas:
- La enseñanza de actividades o profesiones que no generan bienes materiales.
- La generación de nuevos conocimientos en todos los campos del saber por medio de la investigación.
- La promoción de la investigación como un valor humano [Pérez Tamayo, 2000-11: 40].
En
la obra de Ruy Pérez Tamayo es muy claro que la esencia de la
universidad no es nada más la preparación de técnicos profesionales del
más alto nivel, sino la generación de nuevos conocimientos a través de
la investigación científica y humanista, una educación dirigida a
definir, analizar y resolver problemas de interés local, nacional e
internacional. Ésta resulta ser la característica esencial de una
auténtica universidad que no pretende adoctrinar o dogmatizar, sino
aquella que pretende liberar el conocimiento a través del razonamiento
auténtico, el cual se logra investigando.
La
ausencia de bases filosóficas sólidas y adecuadas en los países de
América Latina ha producido una ciencia deshumanizada, frecuentemente
ajena a su único objetivo, que es el de aumentar el conocimiento sobre
la realidad; éste ha sido el principal objetivo de Ruy Pérez Tamayo al
afirmar que:
La
ciencia posee la llave del universo y que gracias a ella hemos
aprendido y seguiremos aprendiendo cada vez más sobre el cómo mientras
que la filosofía conoce la combinación que permite el acceso a nosotros
mismos, donde se esconde el secreto del para qué [Pérez Tamayo, 2000-11:
210].
Nuestro
autor postula en un sin fin de artículos que la filosofía de la ciencia
tiene como resultado liberarnos del autoritarismo, de los dogmas, la
ignorancia, y el oscurantismo que esclavizan, al mismo tiempo que
enaltece y contribuye a elevar el espíritu del hombre, nos enseña que
nosotros somos los únicos capaces de decidir sobre nuestro destino.
El
pensamiento científico es muy complejo, consta de muchas y diferentes
partes, y la filosofía de la ciencia puede ayudar al investigador a
comprender lo que hace e incluso a hacerlo mejor, aumentar la capacidad
discriminativa de sus experimentos, a hacerse preguntas más incisivas y a
criticar con sus resultados con más finura y profundidad, en otras
palabras la filosofía de la ciencia puede ayudar al investigador a hacer
mejor ciencia. Esta es la función que ve en la filosofía de la ciencia
Ruy Pérez Tamayo al intentar explicarnos ¿qué es lo que somos?, ¿qué es
lo que hacemos?, ¿cómo pensamos? Porque con ese tipo de interrogantes se
evidencia la actuación racional del ser humano.
Como
el tema que nos ocupa es la condición humana en la obra de Ruy Pérez
Tamayo, término que posee dos acepciones: la clásica que se refiere al
estudio de las culturas griegas, latinas y la moderna que engloba todo
lo que concierne al ser humano. El segundo término es el que convence
más a nuestro autor al afirmar: humanismo por lo tanto será todo lo que
concierne al ser humano y si la ciencia para nuestro autor es una
actividad humana creativa, aspira a ser considerada también como un
saber más de las humanidades.
El
ámbito de la ciencia es el mundo exterior, la naturaleza, los fenómenos
e incluye todo lo humano, siempre y cuando sea real aunque no sea
material. La ciencia es una manera de vivir, es una forma de
comportamiento, que no es algo que el científico hace en su laboratorio y, cuando sale de él lo abandona, es así que los hombres de ciencia no existen ex vacuo, sino que están inmersos en una sociedad y pertenecen a una etapa definida de la historia.
La
ciencia en nuestro continente debe aportar conocimientos a la sociedad
latinoamericana, iluminar la conducta colectiva de los hombres, buscar
un punto de encuentro entre humanistas y científicos que dé lugar a una
colaboración de largo alcance, a partir del aquí y el ahora.
La
tarea de los científicos es muy importante, Ruy Pérez Tamayo le dedica
en su abultada obra un sin fin de páginas al estudio ético y filosófico
de la ciencia, pero sin dejar de lado al hombre que la piensa y para la
cual es creada, nuestro autor piensa que para crecer más y entender al
hombre de hoy se necesita de la ciencia, algunos pensarán ¿Cuál es la
relación que existe entre ciencia y humanismo? La respuesta del
científico mexicano es que existe una relación intrínseca al afirmar:
“... cuando se habla de humanidades, que abarcan a la literatura y a la
poesía, pero también a la historia, a la filosofía, a la antropología y a
las ciencias sociales. Quizá pudiera decirse que, de acuerdo con este
concepto, humanismo es todo lo que concierne al ser humano” [Pérez
Tamayo, 2000: 7]. Es una actividad humana porque abarca una serie de
características como son la creatividad, la comprensión de la naturaleza
que se traduce en conocimiento, y el consenso generalizado de la
sociedad.
Para
finalizar, si en Latinoamérica se hicieran mayores inversiones
científicas, si fuera mayor el impulso a la
investigación, disminuiría
la dependencia tecnológica respecto a los países desarrollados y, por
tanto, desarrollar ciencia propia tiene como razón forjar independencia y
autonomía para nuestros países.